Escribo porque tengo que escribir y me adelanto a Sartre, quien pregunta ¿por qué escribimos?
Eco decía "porque me gusta". Ambas, respuestas individualistas que tal vez molestaran al francés: comprometido, apasionado, volcado de lleno en la idea de que el arte debe servir a la sociedad antes que a la inversa. A caso Eco y yo compartimos esa mentalidad burguesa dieciochesca sobre la que Marx escribió en la Introducción a Grundrisse (1857) y que describió como perteneciente a "las imaginaciones desprovistas de fantasía que produjeron las robinsonadas del siglo XVIII".
Los escritores, como individuos solitarios, nos agrupamos (aunque eso sí, no por voluntad propia) y fundamos la literatura y entonces no somos un resultado histórico, sino punto de partida e la historia ––malamente entendidos de nuestra verdadera naturaleza, de seres sociales productos y no generadores.
Sartre, sin embargo, no es ni como yo ni como Eco ––pretensión mía colocarme junto a ese señor, a quien, sin su permiso, he referido como mi amigo (passed away) en varias ocasiones irl––. Sartre, en la desgracia de la segunda guerra mundial, no pudo sino comprender que la literatura es dependiente de la sociedad, y que como producto social afecta a los individuos. He ahí su preocupación y su intención al querer revisar las nociones de una "literatura comprometida". No obstante, Sartre ––buen filosofo que era––no pudo errar y por tanto intentó mediar entre el arte, la belleza y el compromiso. Despreció, bien sûr, al arte por el arte. Dan ganas de decir "un verdadero genio hubiese visto más allá de su tiempo, hubiese comprendido que el sentimiento de compromiso era ilusión, resultado de la desgracia y el horror del nazismo, de los fascismo. Yo no escribo sobre la muerte, la injusticia, ni de las mujeres violadas––no son mi fin, si aparecen es porque son mi realidad, pero no porque quiera comprometerme con tal o cual postura." Sin embargo, para Sartre y Marx, no puedo escapar de comprometerme, de ser participe pues, de crear e influir y por tanto, al escribir debería haber un compromiso consciente. Ya si lo hago o no es mi decisión, pero ese es otro asunto. Aquí lo que quiero escribir es que, esté o no de acuerdo con todo lo que dijo Jean Paul*, hay dos pasajes que al menos, me han conmovido como persona que escribió alguna vez, que sigue intentando escribir de vez en cuando:
1) la función del escritor consiste en que nadie pueda ignorar el mundo y que nadie pueda ante el mundo decirse inocente [...] Todo esto no impide que haya la manera de escribir. No se es escritor por haber decidido decir ciertas cosas sino por haber decidido decirlas de cierta manera, y el estilo, desde luego, representa el valor de la prosa. Pero debe pasar inadvertido. Ya que las palabras son transparentes y que la mirada las atraviesa, sería absurdo meter entre ellas cristales esmerilados. La belleza no es aquí más que una fuerza dulce e imperceptible. En un cuadro, se manifiesta enseguida, pero en un libro se oculta, actúa por persuasión, como el encanto de una voz o de un rostro, no presiona, hace inclinarse inadvertidamente y se cree ceder ante los argumentos cuando se es requerido por un encanto que no se ve. La etiqueta de la misa no es la fe; dispone y ordena la fe. La armonía de las palabras, su belleza y el equilibrio de las frases disponen las pasiones del lector sin que este lo advierta. (63) -- Una nota rápida: me gusta pensar en todo lo que Joyce nos dijo con sus silencios. Y claro, en las cuestiones que plantea la teoría de la recepción y Wolfgang Iser.
Después, Sartre se pregunta ¿qué es un mensaje? y compara a un cementerio y a una biblioteca; dice: "Los muertos están ahí" (65).
2) Un sollozo completamente desnudo no es bonito: molesta. Un buen razonamiento molesta también, como Stendhal lo había advertido. Pero un razonamiento que oculte un sollozo es precisamente lo que buscamos. El razonamiento quita a las lágrimas lo que tienen de vergonzoso; las lágrimas, al revelar su origen pasional, quitan al razonamiento lo que tiene de agresivo [...] Tal es, pues, la literatura "verdadera", "pura": una subjetividad que se entrega con la forma de lo objetivo, un discurso tan curiosamente dispuesto que equivale a un silencio, un pensamiento que se discute a sí mismo, una Razón que no es más que la máscara de la sinrazón, un Eterno que da a entender que no es más que un momento de la Historia, un momento histórico que, por las interioridades que revela, remite de pronto al hombre eterno, una enseñanza perpetua, pero que se efectúa contra las voluntades expresas de los que enseñan. El mensaje es, en fin de cuentas, un alma hecha objeto. Un alma... (69).
Simon de Beauvoir y yo tenemos en común que Jean Paul Sartre nos hace llorar.
*O lo que su traductora dice que dijo, que es Aurora Bernández.
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