14 jul 2025

sobre Dahlia de la Cerda, la auto nombrada “gata de barrio”

Dahlia de la Cerda está nomidada al Booker. Bien por ella. Dahlia se autonombra como una “gata igualada barrializada” que alcanzó reconocimiento internacional. Dice devolverle al barrio del que viene y gestiona un colectivo que apoya a mujeres a abortar (también un tema central en su narrativa). 
 

Y al leer su última entrevista, empiezo a preguntarme hasta que punto se usa la marginalidad como adorno, como un token de autenticidad vendible. Leo mil comentarios que atacan "a esta morra" por nombrase barrio, desacreditando su historia e identidad.

 

Y es que no es para menos la sospecha del público, cuando las celebradas voces en el mundo editorial contemporáneo en México y Latinoamérica, que se han vuelto ya nombres recurrentes en los circuitos lectores, y hasta en los coloquios de letras de nuestras queridas universidades, resultan ser una suerte de farsa: Fernanda Melchor, María Fernanda Ampuero y hasta Adela Fernández… (y en el cine ni hablar de Cuarón o Gael García) todxs compartiendo una misma cosa: narran un dolor que no han vivido, del que han sido testigos tal vez (pues qué herida más grande ser latinoamericano, y qué dolor aspirar a burgués en un fucking pueblo marginal ¿no? ¿pues de qué mas se puede escribir si no de eso?)

 El problema no es que lo escriban, es que uno como lector entonces se debe plantear la pregunta incómoda: ¿cómo distinguir entre una narrativa que empodera y una que mercantiliza el dolor?

 

Porque narrar desde la herida no es lo mismo que usar la herida como estética. Lo político no es solo “decir lo que duele”, sino para quien se dice eso, con qué consecuencias y qué se hace con él.

 

Hasta qué punto el dolor se vuelve mercancía, y la identidad, performance. Dahlia viene de un contexto brutal, de un barrio bravo de Aguascalientes (well, as far as we know). Pero cuando el relato de la herida se vuelve marca personal, y cada texto está atravesado por frases que reafirman su origen como un sello de autenticidad —“gata igualada”, “barrializada”, “yo no digo mamadas”— es imposible no preguntarse si estamos ante una forma de resistencia o ante un producto perfectamente empaquetado para un mercado que ahora aplaude lo marginal… siempre que venga con buena edición. 


Y es que los textos de Dahlia son brutales, casi me dan ganas de llamarlos porno-miseria. Ella capitaliza el dolor, e inevitablemente eso se vuelve su marca personal.  Mi inquietud, más alla de lo ad-hominem, va más en la línea de hasta qué punto una escritora puede hablar desde el barrio sin convertirlo en escenografía.  ¿Hasta dónde es su voz y hasta dónde es lo que se espera de ella? Tal vez la contradicción es real: usar la misma narrativa que la oprime para escapar del lugar que dice representar. Y en ese juego, la autoexotización no es solo estrategia, es supervivencia.


Al menos, creo que lo que merece la pena rescatar de esta autora (si no su narrativa) es que no se deja caer en una autocelebración superficial, porque a diferencia de las Melchor y los Cuarón de esta escena literaria, sus palabras de rabia contra el mundo editorial (al que ahora ella pertenece) van acompañadas de acciones reales que devuelvan algo a su barrio, a las morras, a las otras voces de las que escribe. 

 

Y si, Temporada de Huracanes, Pelea de Gallos, Chicuarotes, habrán sido todo lo reconocidamente crudo que quieran, pero no son más que apropiaciones del dolor popular sin transformación de fondo. Y usar a los pobres para ganar premios y regodearte con gente "nice" sí es una tremenda mamada.





Que si su calidad literaria, que si el booker está en modo cuota (a ver, tampoco es que un premio sea parámetro de nada, honestly) o que si ella como persona esto o lo otro… bueno, esas serían otras opiniones.


6 may 2025

Quiero ver si en un año, después de hacer lo que quiero… mi vida es mejor.

Voy a empezar a hacer lo que quiero.

La verdad es que siempre pospongo cosas.

Y tengo excusas buenísimas.

El trabajo (y sí, trabajo muchas horas, es cierto).

El insomnio, que hace que en el día no tenga ganas de hacer nada.

Y, sobre todo, la pereza.

El trabajo es un gran amigo de la pereza, porque es la mejor excusa para decir: “Ya no quiero hacer nada”.

Y lo cierto es que, hasta cierto punto, es medio verdad.

El trabajo te deja con el cerebro fundido, con ganas de apagarlo y no pensar.


Pero si les soy honesta, es un círculo medio asqueroso.

A veces me veo trabajando más horas solo para no tener que hacer otra cosa.

Y cuando ya no puedo más, entonces “descanso”, pero sin ganas de nada.

Es chistoso, ¿no?


Me da pena pensar en mi yo adolescente, desvelada hasta las 3 a.m. viendo pelis de Lars von Trier o leyendo cosas súper rebuscadas en internet.

Pero al menos tenía una pasión.

Ahora me apasiona hacer dinero…

Para gastarlo en tener tiempo para hacer lo que me gusta.

Pero lo cierto es que termino sin hacer nada.

Solo me pudro en la cama porque, no sé… siento que de otra forma no lo merezco.

Y ya fui al psicólogo por burnout, jaja.

Entonces sé que tengo que ser más consciente y aceptar que la mayor persona que me impide hacer lo que quiero… soy yo misma.

No tengo hijos.

Ni siquiera mascotas.

Y hay muchas cosas que quiero hacer y pospongo.

Videos en YouTube, por ejemplo.

Y sigo… nadie los veta. O no sé qué decir.

Tal vez no siempre se trata de decir algo o tener un nicho.

Porque amo tantas cosas.

Pero si no empiezo, jamás descubriré en qué sí puedo hacer algo.


Quiero volver a amar hacer cosas.

No pasar mi vida frente a mi cuenta de trabajo de Instagram.


Quiero ver si en un año, después de hacer lo que quiero… mi vida es mejor.


En primer lugar: trabajar menos.

Bueno, todos queremos eso.

Le he dado muchísimo a un proyecto de trabajo personal que me ha dado muchas satisfacciones, pero sí ha sido una máquina de dinero donde yo soy la máquina, y ya me está pasando factura.

Sé que tengo que reenfocarme.

Parar.

Pensar.

Entonces eso es lo primero: reestructurar mi negocio.

No dejarlo, porque lo amo, pero sí renegociar cómo funciona esto.

Y tengo muchas ideas lindas por primera vez en mucho tiempo.

Algo que me emociona de verdad.

Y para llegar a esa claridad, creo que todo mi caos era necesario, así que lo abrazo.

Creo que el clima de lluvia casi diaria y tropical es terapéutico.

Me da paz y me deja pensar estas cosas.


Segundo: idiomas.

Soy profe de inglés y siempre he amado los idiomas.

De nuevo, burnout… pero sí quiero retomarlos, dejar de poner excusas (el trabajo) y poder avanzar poco a poco.

Así que quiero retomar dos idiomas:

Japonés.

Macedonio.

Francés.

Tengo mis razones.


Y tercero: leer.

Amo tanto leer y lo hago tan poco.

La verdad es que el cerebro cansado no quiere leer.

Pero creo que estoy en un momento de: ya tengo que obligarme a hacer lo que quiero.

Qué raro, ¿no?

Siempre nos obligamos a hacer lo que tenemos que…

Pero a veces se nos olvida cómo obligarnos a hacer lo que queremos.


Uff.

Ah, sí: un año de ejercicio.

Lo admito, es un trauma mío.

Pero bueno, igual lo abrazo.


También: renovar mi imagen.

Ya tengo 30.

Me quedan unos dos años de ser una “hot mamá”, jajaja.

No quiero que se me vayan en la tristeza.

Así que acá hay juventud aún.

Y más sabiduría, creo.


Quiero mandar al carajo lo que me hace mal.

Poco a poco.

Pero dejarlo.

Y ser feliz con lo verdadero.

Más plantitas.

Menos consumismo, pero sí un lugar que me haga feliz.

Que se sienta como mi hogar.


Poco a poco, volver.